Comienza a anochecer a través de los visillos y una luz apacible añade intimidad a la bellísima decoración del dormitorio, a sus tapicerías azuladas y al tenue reflejo del mobiliario.
Acomodada en la descalzadora, Ana se pone las medias sonriendo a Drake, su joven perrillo quien, a su vez, la observa fijamente, casi sin parpadear. Ella termina y empeza por acariciarle cariñosamente antes de entrar en materia.
– A ver, cachorrete, ¿ qué pasa esta vez?
– No me ha dado mi galleta, no, no. Y han sido dos pinchazos. Dos.
– No te pongas así, peque. Nos hemos puesto a charlar y se le ha ido el santo al cielo, nada más.
– Ya, sí, pero ¿ a qué no se le ha olvidado cobrarte, eh? Eso no, pero mi galleta, mi merecidísima galleta, que han sido dos pinchazos, dos, ahí se ha quedado. Los pacientes de cuatro patas a sufrir y a penar, los clientes a pagar. ¡ Es injusto!
– Injusto es que te pongas así por una bobada, por un mísero trozo de harina y sal que, además, no se encuentra entre tus preferidas… Vamos, no seas cabezota y vuelve a sonreír
Drake se estira sobre la alfombra y ofrece su cuerpecito para que Ana lo acaricie. Ella se tumba junto a él y pasa su mano, alargada y perfecta, por su barriguilla, sus patitas cortas, su cabeza simpática y alegre, sus cejas minúsculas y el rey de la casa se relaja poco a poco.
–¿ Sabes, amita, que ya he cambiado de novia?
–¿ Ah, sí? ¿ Ya te has olvidado de la teckel antipática? ¿ Y quien es ahora la de turno?
–No, la teckel no es antipática. Es que es una engreída y una pija… Como vive en un hogar capitalista, ya sabes.
–¿ Qué es eso de un hogar capitalista? Pero bueno, ¿ a qué viene èso?
– Muy sencillo. A ella no le pasean sus dueños sino el servicio doméstico, como decís vosotros. Y éso da postín.
– Sí, mucho postín, pero en mi opinión eso significa que a su familia humana no les hace mucha gracia ocuparse de su mascota
– Eso le he dicho yo, pero siempre me contesta diciendo que sus dueños están siempre muy ocupados y tienen obligaciones tremendamente importantes. Y que su familia tiene tres casas y siempre se la llevan con ellos.
–A ver, Drake, me parece que mis hijos te han contagiado el pavo. Si la familia de la teckel es capitalista, allá ellos. A ti no te falta nada, ¿ no es cierto?
–No, si no me quejo. Además, como dice Julio, mis necesidades perrunas son franciscanas: comida, paseo, alguna caricia y poco más.
–Ah, ya me parecía. Y, por curiosidad, ¿ qué incluyes en ese “poco más”?
–Poco más es igual a todo, ya que a mí lo que más ilusión me hace es que estéis pendientes de mí, que no se os olvide nunca sacarme de paseo en mi horario, que planifiquéis las vacaciones con tiempo para no dejarme en una perrera, no sé, pasarme las tardes enteras estudiando la carrera con el vago de tu hijo…
–Y cómo todo eso te hace distinto de tu amiga la teckel capitalista, te enfadas con ella, te pones triste y no haces valer tu opinión.
–He cambiado de novia porque ya me harto de sus tonterías y sus miradas por encima del rabo. Y no te he contado lo peor…
Ana se incorpora y observa con cuidado a Drake. Le coge entre sus brazos y acaricia sus bigotes sin dejar de sonreírle.
–Otra vez, ¿ no? Ya te han vuelto a llamar mestizo.
–Sí, amita. Han sido la teckel y el pastor belga. Ibamos a echar una carrera y no me han dejado jugar con ellos.
–¡ Vaya panda! Ayer, ¿ verdad? Cuando saliste con mi niña y volvisteis relucientes, pidiendo a gritos un buen baño.
–Claro, es que la niña se puso a jugar conmigo al ver que me hacían bullying.
–Y por eso te has portado hoy tan mal en el veterinario. Lo de la galleta ha sido una cortina de humo.
–Jo, es que me revienta ir a ese parque. Son todos unos presumidos. Y como yo no tengo pedigrí…
Ana deposita con cuidado a Drake encima de la cama. Enciende un cigarrillo y se sienta a su lado, sin dejar de acariciarle con la mano libre.
–Peque, vamos a repasar otra vez el “catálogo anti-pedigrí”. Tengo la sensación de que no lo has estudiado muy a fondo.
–Pero luego quiero un trozo del jamón que has puesto en los guisantes.
–Ni uno ni medio. Aprenderte el “catálogo” es tu obligación y a mí no me dan propinas por ir a trabajar.
–Jo, pero es que…
–Ni es que ni esco ni asco. Esta es mi casa y estas son mis normas. A ver, ¿ qué es el pedigrí?
Drake gira su cabecita y mira hacia otro lado.
–Un papel. Un papel donde se indica la familia de los perritos.
–¿ Para qué sirve ese papel?
–Para los concursos caninos, por si quieres cruzar a tu perro, etc.
–¿ Te vamos a presentar a ti a un concurso? Y no mires para otro lado, en todo caso – Ana se ríe – sería un concurso de perros simpáticos y resalados.
–No, pero…
–Siguiente pregunta, Drake. ¿ Conocer a tu familia hace que te queramos más, menos o igual?
–O sea, estarías igual de consentido si tuviéramos constancia de que desciendes del Cid Campeador. ¿ O no?
Drake agacha la cabeza y se acurruca entre los brazos de Ana.
–Yo estaría igual de consentido porque me queréis tal como soy, aunque a veces me coma vuestras zapatillas.
–Luego ¿ entonces?
–Lo del pedigrí es un accesorio. No es imprescindible. Lo único que es imprescindible en mi vida es la gasolinera dónde me subí a tu coche.
–Vaya, no tienes que estudiar más, pedacito de perro bobo.Pues, hala, déjame que termine de vestirme y tú vete a estudiar con el niño.
–Dame un besito, ama.
–Y mil! Vamos, ahora tengo también a mi perro en la edad del pavo. Señor, qué cruz!