Faltaban unas horas para la boda y los zapatos de la novia habían desaparecido.
Afortunadamente, tan sólo una persona se había percatado de su ausencia, ya que la niña seguía en albornoz, muy entretenida acicalándose mientras sus hermanos entraban y salían de su habitación en incesante vaivén ocupados tanto en admirarla como en hacer auténticos esfuerzos para estorbar todo lo posible el quehacer del peluquero, la maquilladora y los fotógrafos.
Estos últimos habían llevado a la casa varios clones: rastas en moño alto, tatuajes en los brazos, asomo de calzoncillos por encima del pantalón, y demás preciosidades.Se habían desparramado por toda la vivienda en busca del encuadre perfecto, de tal modo que abrías una puerta y,¡zas!, ¡qué susto!, allí te encontrabas a uno de ellos con el medidor de luz en la mano. Concha, la madre de la novia, ya se había encargado de inutilizar varios aparatillos recorriendo la casa como si se preparara para un maratón.
Para sustraerse a la histeria colectiva, el señor de la casa se había atrincherado en el jardín con su periódico. Desde allí, muy repeinado y elegante, observaba compungido el derroche de plantas que se había perpetrado con motivo de la boda. A las de toda la vida, que habían sobrevivido tanto a los cuidados del jardinero como a las barrabasadas de los perros, se habían sumado las adquiridas por su santa esposa con vistas al día D, otras obsequiadas por familiares y amigos, que se habían empleado a fondo, y los numerosos, pero no por ello menos importantes, ramos de flores frescas.
Como decíamos, tan solo Concha, la madre de la novia, había echado de menos los zapatos nupciales. Harta ya de pasear su precioso traje de moaré a lo largo y ancho de su hogar, se ajustó los machos y se encaminó al jardín para disparar su última bala.
-Vaya, Manolo, qué a gusto estás.
-Y ¿qué quieres? Con la que están armando por ahí dentro… ¿ Empezamos ya con las fotos?
-No, todavía no. Ahora mismo, la niña no puede casarse.
-Vamos, Concha, que ya lo hemos hablado. El chico está para entrar a vivir, como dicen ahora
-Ya lo sé. Lo sé muy bien. No es eso, hombre.
-¿ Entonces, qué es, guapísima? Porque mira que estás guapa con esas rayas y esos…
-Mira, que no estoy para tonterías. No encuentro los zapatos de la niña.
-Pero si tiene un montón. Se llevará suficientes para la luna de miel.
-Que no, Manolo, que no. Los zapatos de la boda, ¿ sabes ?
-Ya lo había pillado, cariño.
-Están en una cajita rosa con un lazo bermellón que ayer recogiste tú mismo de la zapatería y tenías que haber dejado en el cuarto de invitados, donde va a vestirse la niña.
-Y allí los puse. Yo soy muy obediente.
-¡Manolo! ¡Que esto es muy serio!
-Y tanto. ¿ cómo que no soy obediente?
-¡Virgen Macarena! ¿Estás seguro de que los pusiste en su sitio? ¿No los dejarías por ahí olvidados? Mira que tú eres muy despistado y podrías habértelos dejado por ahí, no sé, incluso que hoy es la boda de tu hija
-Mira, Concha. Teniendo en cuenta que en esta casa, desde hace muuuchos meses sólo se respira para la boda, es muy difícil sustraerse a tal idea. Pues no, definitivamente, no. Recogí los zapatos de la niña en la zapatería, dí las buenas tardes y vine hacia la boda, es decir, a casa, a cenar y a dormir. Como siempre.
-¿ Y en el trayecto hacia el coche los llevabas en la mano? ¿ No irías pensando, yo qué sé, en alguno de tus asuntos?
-Estaban tan pegados a mi muñeca como los maletines de dinero de los mafiosos. Y sí, iba pensando que no me habían cobrado los zapatos. ¡Qué consideración! ¡Qué clarividencia! Como las tarjetas están que echan humo, fué un detalle muy delicado.
-A ver, Manolo. ¿No los dejarías en el coche?
-Repito que los saqué y los metí en casa. ¡Como iba a dejar una caja tan bonita, rosa y con un lazo bermellón, pasar la noche en el garaje… ¡Qué crueldad!
-¡Cristo de los Gitanos! A ver, Manolo, cariño…¿ Los trajiste en tu coche?
-Pues claro, Concha, madre de mis hijos, mi santa esposa. Me llevé mi coche, y éso que se aparca fatal, porque el tuyo lleva varios meses tan lleno de cajas que no cabe ni una ventosidad.
-¡Manolo! ¡Que esto es una tragedia! La niña está sin zapatos y se casa dentro de tres horas…! ¡ Virgen Macarena! ¿ Y qué hago yo?
-Respiración abdominal, yoga, mindfulness o alguna de esas cosas tan divertidas en las que inviertes tu tiempo. O tomarte un copazo y ya verás qué bien te sienta.
– ¡Dios mío! ¡ Que cachaza! Manolo, que la niña está sin zapatos…
-Oye, oye, ¿qué es eso de que la niña está sin zapatos? ¿ Entramos en su vestidor y lo comprobamos? Que se case con otro par, total, no se van a ver y mientras no decida ponerse las botas de esquí..
Un moño con rastas interrumpe tan agradable diálogo y anuncia la sesión de fotos. Concha y Manolo se dirigen hacia el salón detrás de una camiseta arrugada y allí, en el vestidor de la novia, Concha admira atónita a su hija, exquisitamente vestida y calzada posando para el reportaje.
Concha se queda en trance y Manolo señala una cajita rosa con un lazo bermellón estratégicamente situada. Instantáneamente, corre hacia su mujer quien, pálida sobre moaré, anuncia expresivamente la inminencia del desmayo.
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